domingo, 12 de enero de 2020

Querámonos más...


Imagen tomada de: https://cuidateplus.marca.com/

Hace un tiempo, no mucho, leí un comentario del colega Osviel Castro, en el que abordaba el tema de la consideración de los vecinos y el dolor ajeno. Eso me dio la idea de escribir algo al respecto, pero lo fui dejando.
Por suerte en esta ocasión no refiero dolor por enfermedad o fallecimiento de alguien allegado, pero sí algunos recuerdos válidos para todos los tiempos cuando de vivir en armonía, respeto y decencia se trata.
Al igual que los padres del colega citado, los míos nos decían a mi hermano y a mí que debíamos ser respetuosos con los demás, los vecinos que tuvimos en la niñez y adolescencia en el reparto La Vigía de mi Camagüey, ese que quiero y recuerdo tanto, formaban parte de nuestra familia. Si viajábamos de vacaciones a la capital, por ejemplo, había que enviar telegramas a algunos para que supieran que hicimos un buen viaje, hasta a ese detalle se llegaba.
No podíamos escuchar ni ver la televisión a todo volumen, y menos si alguien estaba enfermo, y si moría un vecino o familiar de este ni siquiera encenderlos.
Por supuesto, los tiempos han cambiado, algunas cosas para bien, otras no, y como decimos a menudo: ‘no hay que exagerar’; no obstante, lo que no debía cambiar es el buen sentimiento y sentido de no fastidiar a otros.
Nunca fuimos maltratados por nuestros padres, no teníamos que llamarlos de usted, podíamos preguntar y responder, de hecho siempre fui respondona porque mi papá me decía: “Cuando tengas la razón no calles, habla bajo y con decencia, de lo contrario, aunque la tengas vas a perder la ‘pelea’”.
Ellos nos dijeron siempre que nadie podía recogernos en la escuela, solo ellos; sin embargo, un mal día de 1961 llegó nuestra vecina Luz a buscarnos a una escuelita particular que nos acogió hasta que empezara el nuevo curso luego de cerrar los colegios religiosos.
Fefi (mi hermano) y yo no sabíamos qué hacer. Ella nos explicó que a nuestro padre le sucedió “algo” y esa era la razón del cambio de actuar. Nos fuimos con ella, no nos quedó otro remedio. Al llegar a casa supimos que Mima no podía dejar a Pipo solo, él estaba acostado, en ese momento no sabíamos explicarnos bien, sí supimos que fue atendido por el Dr. Mario Acosta Sóñora (ya fallecido), pediatra, pero sobre todo excelente médico y persona. Él decidió dejarlo ingresado en casa, lo seguía y lo rehabilitaba.
Pasados los años entendimos que sufrió una isquemia transitoria, aunque una mano no la cerraba muy bien y veíamos cómo hacía sus ejercicios para recuperarse y lo logró.
Este recuento es solo un pretexto para comentar que en la esquina de la calle 25 de Julio y Capdevila, colocaron (Salud Pública), una valla muy bien concebida que pedía silencio por haber un enfermo en la cuadra, no recuerdo el escrito textualmente. Eso hoy no se ve, a pesar de que contamos con un sistema de Salud Pública muy bien estructurado con una atención primaria y sus consabidos médicos y enfermeras de la familia, y hay muchos ingresos domiciliarios.
Mi fallecida madre vivía en la calle Capdevila y sus últimos tiempos de vida fueron infernales, en la esquina de su casa la tarima sanjuanera hacía de las suyas y como ella estaba demenciada se tapaba los oídos porque no sabía qué estaba ocurriendo. Otras vecinas enfrentaban situaciones similares, pero no las menciono por respeto a hacerlo inconsultamente.
Con el tiempo la ciudad ha ido cambiando y se embellece, eso es cierto, pero han desaparecido los parqueos estatales y las pistas de baile, tan necesarios a mi modo de ver.
Por tradición popular algunas calles eran las escogidas para que el pueblo disfrutara del San Juan camagüeyano, y en caso de alguna otra celebración estaban las pistas para bailar.
De mis vecinos actuales tengo pocas quejas y digo así porque no hay perfección en ser humano alguno, pero vivo en un edificio que amo, en un piso que amo, y nos respetamos entre vecinos; de hecho, estrenamos el apartamento con mi hijo de 10 meses y mi hija-sobri de seis años y ya él tiene 30 y ella 36 años.
Frente al edificio tenemos la Sala Polivalente Rafael Fortún, sitio donde se realizan eventos deportivos, hay gimnasio…, pero no causa molestias. Es normal que si hay público este se emocione o se entristezca ante un triunfo o un revés, y siempre en horarios adecuados.
Nos queda cerca el cabaret Caribe con acústica bien lograda al parecer porque tampoco molesta, frente a este queda el lateral de lo que fue el Tennis Club, luego la SEPMI, hasta llamarse ahora Centro Cultural Recreativo Casino y aquí empezaron las dificultades. Con “innovaciones” no apropiadas la recreación y la cultura se fueron convirtiendo en bulla excesiva, frases inexplicables micrófono en mano, dirigidas a los jóvenes asistentes y a todos los de los alrededores. Esto ha mejorado un poco, esa es la realidad. ¡Y sépase es durante todo el año!
Más adelante (2014) llegó la idea de colocar una tarima en la esquina del edificio para celebrar el San Juan, algo que no tiene relación con la tradición porque antiguamente ni esa era la estructura vial y hasta casas había. Quiere decir que en esa semana, que descansábamos del Centro Recreativo… empeoró nuestra desgracia, es como si tuviéramos dentro de nuestras habitaciones (los que vivimos de ese lado) los equipos de música tan estridentes que hacen temblar las ventanas de aluminio con un ruido que saca de quicio al más pinto de la paloma y hasta las camas parecen tener electricidad. Ni hablar de la imposibilidad de escuchar el televisor y si conversamos tiene que ser a gritos.
Cualquiera puede decir: “ten paciencia, es solo unos días”. No, no es así, ahora cada vez que se celebra algo este sitio es el elegido. Nos pasamos el año esperando que de un momento a otro nos obliguen a “fiestar”. Las quejas han sido a “pululu”, como diría Ruperto en Vivir del Cuento, incluso, en las reuniones de la Circunscripción se creó una comisión liderada por el delegado y dos integrantes más y nada ha sucedido, al menos que yo sepa.
Igual me dirán: “Quéjate”. También lo hice. Fui con mi colega Eduardo Labrada al Citma, allí nos comunicaron que nada tenían que ver con el asunto, algo extraño porque luego vemos encuentros entre sus especialistas que abordan la contaminación sónica, uno de los grandes problemas en la sociedad moderna a escala mundial, pero algo debe hacerse en su contra. ¡Ah, aclaro que no padezco de misofonía!
Me dirigí al departamento de Salud Pública involucrado en el asunto y me trataron muy bien, dijeron tener varias quejas sobre el asunto, pero no cuentan con un aparato para medir los decibeles, algo que creo ni hace falta, los oídos no fallan, y también sé que aplicaciones en celulares realizan esa función.
Este es un país que ha defendido la cultura, la educación, la decencia y el amor entre las personas, es por eso que no logro entender la razón de desoír a otros.
Mi colega Oviel dijo en su escrito y cito: “…debo revelar, con indescriptible dolor, que la fecha previa a la partida de mi querido padre, quien yacía en agonizante cama, viví la paradoja de verme obligado a escuchar a todo volumen un largo concierto de Bad Bunny y otros «intérpretes» afines, salido de un bafle móvil instalado por los parientes de unos vecinos. . Esa imagen del sufrimiento de ambos, acelerado por los decibeles, nunca podré borrarla de mi memoria”.
Y yo me sumo a esa imposibilidad de olvidar el sufrimiento que me causaba el estado de mi madre y cuánto más sufría ella ante tanto escándalo, pero no de vecinos sino de San Juan; tampoco puedo desprenderme de esa angustia que me causan los pocos días que faltan para celebrar el éxito de los peloteros camagüeyanos y que por primera vez en mi vida me ha hecho ver más de un juego completo por la televisión, porque igual estoy feliz por sus triunfos. Es porque esa celebración será en la tarima casi dentro de mi edificio. Migraña mía aparte, en mi edificio residen personas más ancianas que yo.
Tampoco borro de mi memoria cuánto respeto y consideración hubo hacia mi padre en aquel 1961 cuando yo apenas tenía siete años. ¡Hace tantos y no olvido!
Ojalá antes de irme de este mundo pueda disfrutar, al menos, de una respuesta convincente y que no sea solo la frase manida: “Es la mejor área”, ¿la mejor para quién?, para quienes beben, bailan y se van a sus casas a dormir con tranquilidad. Seamos más solidarios entre nos, querámonos más, respetémonos más.