El propósito de hoy es un testimonio, más bien, mi testimonio en el Día Mundial Sin Fumar. A quienes me conocieron después de 1976 les cuento y no lo creen. Me refiero al nocivo acto de fumar. Cuando les digo que fumé poco tiempo, aunque con intensidad, dicen: “No lo parece”, “no tienes tipo de fumadora”, o sencillamente otros se alarman y comentan: “¿Tú, que eres tan alérgica?, ¿cómo pudiste?
Pues sí, en mi juventud, en un
período de Escuela al Campo algunas de mis amigas fumaban y me dieron a probar.
La primera vez confieso que me ahogué con aquel Popular y hasta mi mareíto
me dio. Luego, con tal o más cual excusa continué “probando” y me gustó.
Mis padres, que no tenían ese vicio, sufrían amargamente con
aquello y como estudiaba siempre me aconsejaban y pedían que gastara ese dinero
en algo útil, que me alimentara.
Un buen día, porque sí, fue un
buen día fui a una peluquería a arreglarme las uñas. Quien me atendió era
una mujer que yo consideraba mayor entonces y le vi un color fatal en su
semblante. Empataba un cigarro con otro, incluso, en pleno trabajo, no podía
remediarlo, era algo más fuerte que ella misma. Comencé a detallarla y la
verdad, me inspiró hasta lástima; aparte de la apariencia que vi en sus manos y
uñas con un color amarillo intenso, estaba muy flaquita y su olor nada
agradable.
Ese 8 de enero de 1976 —nunca olvidé la fecha— me dije: “Así
estaré dentro de unos años, no puedo fumar más” y hasta ese día tuve un
cigarrillo en mis manos. Entonces no sabía nada de las llamadas “muletillas”
que hoy se orientan como: chupar caramelos, hablar por teléfono a la hora que
encendía el cigarro y otras ocupaciones para distraer la mente, porque hay una
realidad: el cuerpo te lo pide. Renuncié a ver películas de noche, pasé una
prueba de fuego ante la muerte de un familiar muy querido, pues una noche sin
dormir “llamaba cigarro” y no lo hice, incluso comparto que se me acercó una
persona desconocida y se interesó porque me veía muy ansiosa y le extrañaba que
no me comiera las uñas. Le expliqué y me entendió enseguida, era un Psiquiatra.
Aseguro que dejé esa adicción inspirada por esa “estampa”, o sea,
más por la apariencia que por todo lo relacionado con la salud y hoy me
pregunto qué hubiera sido de mí si hubiese seguido tan dañina práctica, quizá,
ni esto estaría escribiendo.
Yo, por mi parte, agradezco a esa mujer de la cual no
sé ni su nombre y me inspiró a dejar de una vez aquel vicio y que hoy casi me
apena confesarlo.
Aquí les dejo con datos más que ilustrativos. Vale aquello
de que no basta con las apariencias, la salud, es lo primero.
Así mismo amiga... tal como dices y nos haces llegar a todos... son disímiles las formas que adopta el ser humano para atentar contra su propia vida. Tu anécdota me llega y créeme, pero que muy de cerca. Desde pequeño alcanzaba a ver el cómo mi tía-abuela se desgastaba con el consumo ilimitado de cigarros y el deterioro efímero de su salud… dedos amarillentos en su totalidad incapaces de sostener un bolígrafo producto a los temblores, incluyendo un olor que al menos yo no podía soportar. Hoy a ella le agradezco infinitamente por todo el cariño que me dio estando en vida y puede que hasta por esa imagen –lamentable- que me distanció del alcanzar una cajetilla a cualquiera que me lo pidiese por el simple olor que la misma -cajetilla- desprendía. Abrazos miles… que tanga muy buen día.
ResponderEliminarGracias Adanys por tu fidelidad a este tu-mi blog. Tienes razón, a veces nosotros mismos no nos cuidamos. Por suerte, sí, porque fue una suerte, recapacité a tiempo, de lo contrario no sé hasta dónde me habría llevado.
EliminarTriste experiencia la tuya con tu tía-abuela.
Lo acertado fue que jamás probaras, y mi consejo, como si fuera tu mamá, nunca lo hagas. Así es mejor, no lo dudes.
Ahorita me doy otra vueltecita por tu-mi Orilla del Mar, hoy es lunes, día de reuniones. Abrazos para ti y también, que tengas un excelente día!!!!!