Así pequeñina comencé en "María Auxiliadora".
La llegada de su Santidad el Papa Francisco a Cuba me ha traído ciertos recuerdos. Hoy veía el suceso por la televisión y su traslado por la capital de todos los cubanos y me decía, sí, es un hecho histórico, y salvando las distancias, comencé a evocar cual suerte de retrospectiva un pasado vinculado a mí y que quedó para siempre en mi memoria.
La llegada de su Santidad el Papa Francisco a Cuba me ha traído ciertos recuerdos. Hoy veía el suceso por la televisión y su traslado por la capital de todos los cubanos y me decía, sí, es un hecho histórico, y salvando las distancias, comencé a evocar cual suerte de retrospectiva un pasado vinculado a mí y que quedó para siempre en mi memoria.
Antes de describirlo
confieso que hoy me arrepiento de no llevar desde pequeña un Diario, ese que
tanto se usaba por aquellos tiempos, pero que siempre temí al día que no
estuviera y personas, incluso desconocidas, supieran pormenores de mi vida; sin
embargo, ahora, en parte por mi profesión e inclinación a las letras voy escribiendo
y colocando en el ciberespacio como una especie, quizá, de catarsis o de no sé
qué, pero lo hago sin importarme qué piensen los demás, y sí llevando un
poquito de valores, de ética y de todos esos detalles, al parecer pequeños,
pero que hacen grande un amor como diría la canción, eso sí, verdaderos
siempre.
Mi primer colegio, como he
dicho en otras ocasiones, fue bajo la enseñanza católica, la María Auxiliadora,
solo para hembras, salvo el Preprimario que acogía a varones. Estudié allí
hasta mediados del Segundo Grado, cuando corría el año 1961. Tenía apenas siete
años.
Sor María Calderón era mi
maestra, una mexicana digna de recordar. Allí bajo su égida y la de otras recibí
los primeros atisbos de qué eran y cómo debían respetarse los símbolos patrios,
ortografía, caligrafía, moral y cívica, por supuesto, aparejado a las
enseñanzas que recibía de mis padres, de cuna, como decimos por acá.
Todo transcurría muy bien.
Las religiosas nos enseñaban y aprendíamos. Me empeñaba como las demás en
alcanzar las estrellitas de colores, que luego de una revisión exhaustiva de
las libretas, nos colocaban según correspondía; también por alcanzar esas
bandas que nos atravesaban frente al uniforme y que anhelábamos fuera la azul:
la de la excelencia.
Esa banda azul era la más
querida y la exhibíamos como una muestra del deber cumplido, no con vanidad,
esa era una máxima que llevábamos, tal sentimiento no formaba parte de los preceptos,
y sí la de cierto sentido del sacrificio, que a decir verdad a veces no
comprendía muy bien y pasado el tiempo entendí y escucho hoy hasta de las propias
palabras del Papa Francisco, no por gusto reconocido como misionero de la
misericordia.
No puedo pasar por alto que
desde mis primeros días de clase en esa escuela me decían, las ya mencionadas y
otras como Sor Cruz, quien jugaba con nosotras y brincaba la suiza: “Tienes que ser ejemplo, recuerda
que aquí estudiaron tu mamá, tu tía —mi tía Llilla monja de clausura hasta nuestros días con 90 años que cumplirá el 6
de octubre próximo—, y también tu madrina. Esa madrina a quien tengo, así,
tengo que dedicarle un post.
Visto así puede parecer que
jamás pasé un mal día. Pues sí. Llegó el momento de llegar tarde a clases, mis
padres se retrasaron no recuerdo el porqué. Al hacer mi entrada Sor Ernestina
me llevó a la dirección ante la Madre Superiora, Sor Amparo Martínez —de quien
no recuerdo su nacionalidad—, una persona de baja estatura y que inspiraba respeto.
Ese día no lo olvido. Temblé
de la cabecita a los pies. Me mandó a sentar y me dijo pausadamente y con mucha
cortesía que no era correcto llegar tarde al colegio y que yo debía ser ejemplo
por, por, por…, con la misma se viró de espaldas, abrió su archivo y sacó una
cajita. Dicha cajita contenía bombones y me dio a escoger. Imagino que mis
manitas temblaban, atiné tímidamente a apropiarme de uno y no podía ni
desenvolverlo, fue el chocolate —ese que digo es mi adicción— más amargo de mi
vida.
Así de esa manera me castigó Sor Amparo, con su lindo
conversar, su decencia y chocolate añadido; no obstante, al llegar a mi hogar
le dije a mis padres: Cuando se les haga tarde no voy a la escuela, no quiero
ser castigada como hoy. Jamás se repitió.
Hermosa lección. Por algo dicen que el magisterio es un sacerdocio. Gracias por compartir estas memorias, que permiten descubrir un mundo desconocido para "jovencitas" como yo. Cariños miles.
ResponderEliminarGracias Yane. Sí, eso creo, una lección de decencia, amor al prójimo, e indiscutiblemente eso es el magisterio, un sacerdocio, y no entrecomilles jovencita, porque bien que lo eres. Gracias también por dedicarme un "tiempito", mis besitos!!!!
ResponderEliminarQue bonita anécdota Cuqui, son tiempos que perduran toda la vida, yo no estuve en escuelas Católicas pero fui educada con mucho de lo poco que tenían mis padres como Educación formal y cultural lo cual agradezco hasta hoy día, nunca se olvida, desde cumplir en los horarios hasta como sentarse y conducirse en una mesa, manejar los cubiertos y el respeto de no poder levantarte hasta que el mayor terminara ó diera la orden..que diferente hoy!...Ojalá este Papa y su visita hagan muchad diferencias, de ayuda y Paz, de amor al prójimo y unión familiar..
ResponderEliminarTe queremos y respetamos amiga por tus tantísimos valores..Besitosssss
Tania Martin
Linda anécdota querida Cuqui, yo nunca asistí a una escuela Católica pero por mis padres tuve esa educacion formal donde como dices te enseñan desde el cumplir con reglas, horarios y disciplina, donde se aprende desde el comportarse en una mesa así como se usan los cubiertos, como se coloca la servilleta y donde hasta que el mayor no termine ó de la orden nadie se mueve...eran estrictos en la enseñanza pero nos educaron bien..
ResponderEliminarHoy esperamos con la llegada del Papa a Cuba podamos ver muchísimos cambios que nos unan más, donde el amor al prójimo se haga preferencia y podamos unir fuerzas y el ser humano como tal perfeccione sus hábitos y creencias...Gracias por siempre esos lindos comentarios , se te quiere, aprecia y valora tus actitudes humanas..Besitosssss
Tania Martin
Hola Tania: Publiqué tus dos comentarios por tu empeño. Te lo agradezco infinitamente.
EliminarCreo que excesos no son necesarios, pero sí el mantener una educación basada en el amor, el respeto y la solidaridad.
Gracias mil por tus lindas palabras y, no lo dudes, tam bién se te quiere, mis besitosssssssssssssss
ResponderEliminarHoy soy yo quien indiscutiblemente no se perdona llegar tarde, sediento de estas crónicas con final por anunciar. Son extremadamente tiernas las anécdotas que nos regalas con tanto ímpetu en cada publicación. Pero esta particularmente me toca desde lo más profundo cuando miro a mi alrededor y por experiencia propia, percibo cuánto se deterioran los principios y valores psicopedagógico con el de-cursar de los días. La historia que nos cuentas es preciosa y desde luego la metodología perfecta para encaminar a los pedagogos que hoy en día, van en dirección contraria a la de la Madre Superiora, Sor Amparo Martínez.
Gracias nuevamente por estas palabras tan llenas de vida… tan llenas de ti… amiga. Que tengas un real y maravilloso día. Mi cariños todos envueltos entre abrazos…
Amigo, me toca ofrecerte disculpas por la demora en mi respuesta. He estado complicada con el trabajo. Te confieso que te había extrañado. Sé que esta es una anécdota que toca a muchos. En mi caso, tuve el privilegio de tener esas y otros profesores espectaculares a lo largo de mi vida, eso es cierto; pero ese magisterio que es un sacerdocio, como refiere Yanetsy en el primer comentario, no es regla, y es una asignatura pendiente a reconquistar; primero con ejemplos, dedicación, entrega y, sobre todo, con vocación. Si no hay vocación no puede haber sacerdocio y tampoco magisterio.
ResponderEliminarY sí, como dices son cosas que escribo llenas de un poco de mí, porque he vivido un "poquito". Otro día maravilloso para ti y también te envuelvo mis cariños en abrazos...
ResponderEliminarDisculpas... qué es eso??? Entre nosotros los amigos no tiene por qué haber espacio para ellas... sino que por el contrario... para razones suficientes como para desear inmensamente estemos bien y cerca... al alcance de los más fuertes e interminables abrazos.
Gracias amigo, es que eres tan especial, que lo mereces, no lo dudes.
EliminarEl mismo deseo, y lindo, además, bien y cerca, y sí, interminables y fuertes abrazos...