domingo, 11 de mayo de 2014

Mima: Mi beso de hoy



 Como estuviste en este Mundo hasta muy poco, hace apenas unos nueve meses, he escrito menos de ti que de Pipo. Hoy, Día de las Madres, que para mí son todos, me pregunto cuándo comencé a pensar en La Parca, esa que viene cuando quiere y se lleva a quien quiere, sin previa consulta para saber si el elegido (a) lo merece o no. De haberme preguntado estarías aquí, conmigo. Comencé a pensar en esa, incapaz de discernir entre quién lo merece y quién no, al cumplir ciertos años y empezar a perder seres, no solo queridos, sino buenos. Por culpa de ella, de La Parca, hoy es la primera vez que no nos besamos con esa especialidad que ofrece este Día. Al meditar como madre sé que siempre pensaste que mis besos, como los de mi hermano, te hacían mucha falta, y no lo dudo, pero ¿puedes creer esto?, la más necesitada era yo, imagino que mi hermano también. Sentía una seguridad infinita cuando hacías gala de mamacita insustituible.
  Hace apenas unas tardes escuché por la radio que era muy bueno olvidarlo todo y empezar a vivir el presente día a día, por supuesto, sin fórmula incluida. Que me perdone la especialista, pero ¿de qué manera sabríamos hacia dónde vamos sin conocer de dónde venimos? ¿Cómo podría yo olvidar a mi Madre?, además, ¿a Santo de qué? Más bien doy gracias por recordarla.
  Mima, no por llevarle la contraria a esa especialista rememoro hasta con gracia cómo tú y yo nos velábamos para mostrar ciertos celitos. Yo estaba a la caza de cualquier desliz tuyo para decirte que preferías a mi hermano; y tú cuando me oías: “Pipo, abróchame la bata”, o “Pipo desenrédame el pelo”, esto último al lavarme la cabeza y como lo tenía a la cintura me era más cómodo que otro lo hiciera.
  Esos detallitos querían decir que estábamos pendientes la una de la otra, y al hacerme adulta comprendí, además, que en momentos de tanta paciencia como el de desenredar ese pelo largo tú hacías de todo en casa para darnos gustos y nada de trabajo. Gracias a eso soy tan mala cocinera, gracias a eso no soy una buena ama de casa, gracias a eso he pasado un poquitín de trabajo para ser más hacendosa. Eran tus palabras aquellas de: “No quiero que pasen trabajo, ya les tocará”. Por eso asumo tales labores sin entrenamiento de juventud.
  No recuerdo el día exacto, imposible, pero nos enseñaste a despedirnos con un beso cada noche antes de ir a la cama, usanza que trasladé a mi hogar y en cada uno antes de acostarme te siento un poquitín más cerca, me hago la idea que estás ahí. 
  Ahora busco en tus cosas y encuentro una letra casi perfecta, esa que te enseñaron en tu y después mi escuela María Auxiliadora, con una caligrafía impecable, digna de ser retomada en estos tiempos.
  Hay carticas dirigidas a Pipo cuando por cuestiones de trabajo estaba un tiempo en La Habana y le decías: “Seguro las de Cuqui te gustarán más”, otro atisbo de celito, y así escritos relacionados con recetas de cocina hasta descubrir esa de la panetela con nata de leche, único dulce por el que se me ha hecho la boca agua, como decimos por acá. 
  Prefiero recordarte así, vital, cuidando de Pipo, muchas veces sin él necesitarlo tanto, queriendo con locura a mi único y amado hermano y sí, no se me había olvidado a mí también. O cuando nos enfermábamos y dormías con nosotros, o mejor, te acostabas con nosotros porque no cerrabas un ojo para velarnos la fiebre, darnos la pastilla oportuna…
  Me veo paseando —los cuatro junticos— y tú atenta a que no miráramos para dentro de las casas o a que dijéramos: “ya almorzamos” o “comimos”, según el caso, si nos preguntaban al hacer una visita. Fuiste sagaz frente a esa educación de cuna que no se aprende en Universidad alguna; no obstante, incluyeras de vez en vez aquello que me molestaba como: “Hoy no vas a esos 15 porque no eres arroz blanco”. Así de sencillo.
  Pienso en otra de tus adoraciones, tu primera nieta: Grétel. Esa pequeñina que ya tiene sus 30 y llegó a nosotros como trayendo el Sol encima, así la recibimos todos. Luego llegó Orielito, mi hijo, al que veías perfecto y al único que le confesabas dónde guardabas tu dinerito: “Por si acaso”. 
  Así fueron llegando tus seis nietos hasta que Rafelitín llenó tu copa de amor, ese que vivió a tu lado hasta tus últimos días y defendías con o sin razón por todo y de todos. A él lo disfrutaste hasta que perdiste tus facultades mentales, algo que prefiero no recordar.
  Hoy me preocupo y no sé si te correspondí como hija todo lo que mereciste, pero tú debes saber que fuiste una Madre insustituible.
  Me despido con un beso, el de siempre, con el mismo amor y te digo más, te necesito y amo tanto que aún no estoy preparada para más recuerdos, ¡hace tan poco!


NOTA: No sé qué sucede en el blog, me desapareció la foto y no me deja colocar otra. Cosas de las nuevas tecnologías!!!!