lunes, 31 de marzo de 2014

Cumpleaños y estaciones




En la foto de mi colega Orlando Durán, Orielito (a la derecha), acompañaba como solista al Maestro Evelio Tieles, ese que hace sonar al violín como los Dioses.


Lo más natural de este mundo es hablar de celebraciones cumpleañeras acompañadas de dulces, alguna comidita fuera de lo común y una que otra bebidita. Algo así como un gustazo anual. ¡Ah! y los consabidos regalos.
Esta vez, hoy lunes 31 de marzo, cuando Orielito, mi hijo, llega a sus lindos 25 años y yo 35 más que él para que no suene tan rudo el golpe, ese que todos queremos recibir, pero que nos lleva de la mano a la meditación y no es de esa manera tradicional el tema central. 
El regalo especial que le hice a él fue un pequeño disgustico por permanecer en la computadora con esta queratitis (experiencia sobre la que pienso escribir en unos días) y que no me suelta.
Los días de claustro obligado me han hecho pensar demasiado, algo que no me ocurría cuando arribé a la edad de mi hijo y creo que por estas jornadas rompí récord de mis recuerdos, muchos de ellos geniales y repetibles, si tuviera la posibilidad; sin embargo, otros los borraría del mapa de mi vida, que no es nada interesante, pero es mía. ¿Algo que repetiría sin pensarlo?, a mi hijo, no me queda ni un ápice de duda.
Es mi costumbre conversar mucho con él, le cuento cosas impensables para otras personas y me da la sensación de que siempre soy comprendida y estos casi dos meses metida en casa han propiciado un aumento enorme en eso de echar un párrafo entre nosotros. Él me anima, trata de elevarme la estima y pareciera como si no encontrara defectos en mí. Eso es lindo, que no solo lo miren a una sino que la vean con ojos de hijo.
Y quizá quien esté leyendo piense ¿cuándo viene lo contrario? Sobra decir que Orielito, ese que me regalé en mi cumpleaños 35 es mi vida misma. Estoy segura de que él es mejor de lo que yo hubiera logrado, o sea, lo es por sí mismo y eso me regocija sobremanera. No es ceguera maternal, lo juro.
Entre tantos pensamientos y habladurías que ocuparon espacios de horarios laborables llegué a la conclusión de que la vida es un momento y el tiempo no te deja regresar y como me gusta la música buena, sea popular o la llamada culta y Orielito es violinista, además, me pasan cosas especiales.
Él estudia por estos días La Primavera, del italiano Antonio Vivaldi, una música verdaderamente bella y coincidió que escuché a alguien decir algo así como que sentía que se le iba el otoño y entraba en la etapa del invierno. Aquella frase me sobrecogió con melancolía y me pregunté, ¿entro en el otoño o el invierno? Pensé en un frío escalofriante, de esos que no he sufrido nunca gracias a lo tropical de mi Cuba, con rapidez me animé y llegué a la conclusión que imagino era semejante a lo sentido por Vivaldi al dejar a la posteridad sus Cuatro Estaciones, esas que no se hacen notar aquí donde vivimos un eterno verano.
Si A. Vivaldi escribió magistralmente en sus partituras: El Verano, La Primavera, El Otoño y El Invierno y todas son diferentes e iguales a la vez si de belleza musical se trata, pues entonces así debe ser la vida. Ya sea el otoño o el invierno tiene de bueno que ya llegué. Ojalá mi hijo y yo que celebraremos juntos por obligación, estemos donde estemos, encontremos la estación de la vida con la belleza del instante que nos toque.



                                                                          


miércoles, 5 de marzo de 2014

A los lectores y amigos:



Entro en el segundo mes de reposo por causa de una queratitis en ambos ojos. Por ese motivo abandono mis blogs hasta tanto esté bien de salud. Mis cariños, Cuqui