La llegada de su Santidad el
Papa Francisco a Cuba me ha traído ciertos recuerdos. Hoy veía el suceso por la televisión y su
traslado por la capital de todos los cubanos y me decía, sí, es un
hecho histórico, y salvando las distancias, comencé a evocar cual suerte de
retrospectiva un pasado vinculado a mí y que quedó para siempre en mi memoria.
Antes de describirlo
confieso que hoy me arrepiento de no llevar desde pequeña un Diario, ese que
tanto se usaba por aquellos tiempos, pero que siempre temí al día que no
estuviera y personas, incluso desconocidas, supieran pormenores de mi vida; sin
embargo, ahora, en parte por mi profesión e inclinación a las letras voy escribiendo
y colocando en el ciberespacio como una especie, quizá, de catarsis o de no sé
qué, pero lo hago sin importarme qué piensen los demás, y sí llevando un
poquito de valores, de ética y de todos esos detalles, al parecer pequeños,
pero que hacen grande un amor como diría la canción, eso sí, verdaderos
siempre.