domingo, 2 de agosto de 2015

¿Papeles son papeles, cartas son cartas?


Busco algo y me encuentro con parte de mi pasado, un pasado lindo, de ese que me gusta recordar y comparto, máxime a estas alturas en que las comunicaciones han dado un vuelco entonces impensado y que me ha hecho comparar lo real maravilloso de este mundo.
Corría el año 1967 y yo con mis cortos trece años tuve que separarme —como el resto de la familia— por un tiempito (como decimos por aquí), aunque no muy largo, de mi padre. Él por cuestiones de trabajo fue a La Habana y desde ese hotel que tanto le gustaba y nos gustaba, el Nacional, escribía y recibía la correspondencia que luego guardó con celo y hoy cuido.
Aquellas cartas, demoradas a veces, perdidas otras, pero siempre con un embrujo especial a su llegada, las abría con ansiedad, esas y otras de mi tía Llilla, primero de La Habana, luego de un poco más lejos —España—, pero todas con un lenguaje sincero y de infinito amor.