Foto de Otilio Rivero Delgado. |
Cuando Orielito, mi razón de vida, comenzó
sus estudios de violín, primero de manera particular con solo 5 añitos, luego
en la Escuela Vocacional de Arte Luis Casas Romero, de Camagüey, Cuba, con 7,
fue como si se llevaran a un niño y trajeran a otro.
Decidió, él solito, cambiar sus juegos infantiles con
sus amiguitos más cercanos
—Jorgito y Miguel—, para adentrarse en otro mundo, el de las cuerdas. La hora de levantarse era tan temprana que pensé no lo resistiría, eso sí, comenzó a acostarse a su tiempo, ¿la llegada de la escuela?, nunca antes de las seis de la tarde.
—Jorgito y Miguel—, para adentrarse en otro mundo, el de las cuerdas. La hora de levantarse era tan temprana que pensé no lo resistiría, eso sí, comenzó a acostarse a su tiempo, ¿la llegada de la escuela?, nunca antes de las seis de la tarde.
Fueron años de mucho estudio. Debía llevar a la par el
instrumento, las asignaturas propiamente de música y las de escolaridad, todo
sin el menor descuido. Se lo exigían en el colegio y nosotros, sus padres, en
casa.