Falleció el 5 de noviembre de 1919, y sus restos reposan en la bóveda de la familia en el cementerio camagüeyano.
“Es
profanación el vergonzoso olvido de los muertos", José Martí
Por
obra y gracia de la casualidad encontré esta frase de nuestro
Apóstol. Me hizo meditar, pensar mucho y llegué a la conclusión de
que sería más vergonzoso aún olvidarnos de los muertos más
cercanos. De pronto viajé mentalmente, por supuesto, reviví a los
más allegados y a otros que no conocí.
Entre
esos que no alcancé a ver está Papá Rafael, no, no es mi
padre, se trata de mi bisabuelo: el Coronel Labrada. De él
escuché varias anécdotas que con orgullo contaba mi papá y la
primera es esta. Refería mi padre que mi abuela Celia decidió
ponerle el nombre de familia al primero de sus hijos, en este caso a
mi tío Pepín, al que inscribieron como Pedro en honor a mi abuelo,
Pedro Vilató Arteaga. Ya el segundo sería otra historia,
pero como una suerte del destino, mi padre nació el 24 de octubre de
1907 en una casa de la calle San Ramón donde vivía su abuelo; y él,
ni corto ni perezoso le dijo a su hija: ¿y este nieto que nació el
día de mi santo (era entonces en el santoral) y en mi casa, no le
vas poner mi nombre?, y así fue, por eso mi papá se llamó Rafael
Ángel.
Seguí
dándole vueltas al asunto y me preguntaba y pregunto: ¿Cómo y qué
escribir de un hombre que fue y es, al menos para mí, orgullo de la
familia? Se trata de Rafael Salvador Labrada Hernández, el
Coronel Labrada, abuelo materno de mi padre y, por supuesto,
mi bisabuelo. Eso sí, no pretendo abordar profundamente el asunto,
más bien desde el punto de vista familiar y siempre con el respaldo
de anécdotas y escritos de mi papá.
Él dejó plasmados en sus memorias gratos recuerdos sobre sus
estancias en el poblado de Martí, en la finca de su abuelo, de Sao
Nuevo. Con especial acento refirió cuánto le agradaba el sitio,
hasta hace hincapié en las cercas del corral de los animales, cómo
montaba a caballo…, y que sus padres lo mandaban a buscar y no
quería regresar a casa, y alegaba que ni dinero necesitaba porque en
la tienda pedía galleticas y caramelos y no le cobraban, por
supuesto, porque lo anotaban, pero él no sabía esos detalles. Solo
se embulló a retornar cuando mis abuelos le compraron un caballito
que lo esperaba en el patio de su casa camagüeyana.
Una
de nuestras calles se llama Coronel Labrada; sin embargo,
estoy casi segura de que pocos saben algo sobre su vida. Nació en
Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en 1845 y entre los relatos que me
hacía mi papá desde niña no olvido que no se oponía a las
relaciones de pareja de sus hijas; no obstante, si alguno de sus
futuros yernos no había peleado en la Guerra de Independencia,
decía que asistiría a la boda, pero solo serviría de padrino a
aquel que sí lo hubiese hecho. Es por eso que acogió de muy buen
agrado a mi abuelo Pedro porque este peleó con apenas 14 años de
edad. Ese era un aval indiscutible.
De todas maneras no sería adecuado pasar por alto que, hasta donde sé, Papá Rafael, como le decían todos en la familia a ese Coronel, ingresó en el Ejército Libertador el 30 de junio de 1895, fue jefe del Regimiento de Caballería Camagüey (1 Brig. 1 Div. del Tercer Cuerpo), y terminó la guerra al mando del Regimiento de Caballería Agramonte (1 Brg 2 Div. Tercer Cuerpo).
En
1941, en el centenario del natalicio de Ignacio Agramonte y Loynaz, fue invitado Aniceto Recio, Comandante del
Ejército Libertador, quien en su etapa de soldado fue uno de los 35
hombres que acompañaron a Agramonte en el Rescate de Sanguily.
Nació en Santa Cruz del Sur y fue mambí de las tres guerras.
Mi
padre conversó con Aniceto Recio, por supuesto, le dijo que era
nieto del Coronel Rafael Labrada, y este le
respondió con energía y copio la cita de las memorias de mi papá: “¡Carajo, ese es el hombre más guapo que
había en la guerra c______!”
En
algún que otro sitio de Internet encontré datos. Me sorprendió una subasta de documentos firmados por él (mi bisabuelo). Allí se recogía
la fecha de nacimiento, no la de su muerte. Papá Rafael falleció el
5 de noviembre, de 1919, a los 74 años de edad. Mi padre tenía 12 y
sobre el suceso escribió: “En el velorio, en la calle Lugareño,
en el lugar conocido como El Palacio de Cristina estaba el Coronel
del Ejército Libertador Braulio Peña, quien expresó varias veces:
‘Dichosos los que como él bajan a la tumba después de haber
cumplido con todos los deberes para con la Patria’”.
Creo
hacer un poco de justicia, primero con mi papá que tanto quiso a su
abuelo y, luego con él por llevar su sangre.
Nota: Tuve que editar porque hay sitios a los que no puedo acceder por vivir en Cuba.
Cuky, te felicito por esta interesante publicacion y te agradezco que continúe escribiendo de los distintos personajes que hicieron historia en nuestra ciudad
ResponderEliminarMil gracias por dedicar su tiempo y su opinión, aunque no sé quién es. Cuando sucede esto en los comentarios puede agregarse el nombre de quien lo escribe como parte de los mismos, gracias de nuevo...
Eliminar