"En un mundo de plástico
y de ruido,
quiero ser de barro
y de silencio".
Eduardo Galeano
Foto: Tomada de Canal Caribe
Hace un tiempo, no mucho, leí un comentario del colega Osviel Castro, en el que abordaba el tema de la consideración de los vecinos y el dolor ajeno. Eso me dio la idea de escribir algo al respecto, pero lo fui dejando.
Por
suerte en esta ocasión no refiero dolor por enfermedad o fallecimiento de
alguien allegado, pero sí algunos recuerdos válidos para todos los tiempos
cuando de vivir en armonía, respeto y decencia se trata.
Al
igual que los padres del colega citado, los míos nos decían a mi hermano y a mí
que debíamos ser respetuosos con los demás, los vecinos que tuvimos en la niñez
y adolescencia en el reparto La Vigía de mi Camagüey, ese que quiero y recuerdo
tanto, formaban parte de nuestra familia. Si viajábamos de vacaciones a la
capital, por ejemplo, había que enviar telegramas a algunos para que supieran
que hicimos un buen viaje, hasta a ese detalle se llegaba.
No
podíamos escuchar ni ver la televisión a todo volumen, y menos si alguien
estaba enfermo, y si moría un vecino o familiar de este ni siquiera
encenderlos.
Por
supuesto, los tiempos han cambiado, algunas cosas para bien, otras no, y como
decimos a menudo: ‘no hay que exagerar’; no obstante, lo que no debía cambiar
es el buen sentimiento y sentido de no fastidiar a otros.
Nunca
fuimos maltratados por nuestros padres, no teníamos que llamarlos de usted,
podíamos preguntar y responder, de hecho siempre fui respondona porque mi papá
me decía: “Cuando tengas la razón no calles, habla bajo y con decencia, de lo
contrario, aunque la tengas vas a perder la ‘pelea’”.
Ellos nos dijeron siempre que nadie podía recogernos en la escuela, solo
ellos; sin embargo, un mal día de 1961 llegó nuestra vecina Luz a buscarnos a
una escuelita particular que nos acogió hasta que empezara el nuevo curso luego
de cerrar los colegios religiosos.
Fefi
(mi hermano) y yo no sabíamos qué hacer. Ella nos explicó que a nuestro padre
le sucedió “algo” y esa era la razón del cambio de actuar. Nos fuimos con ella,
no nos quedó otro remedio. Al llegar a casa supimos que Mima no podía dejar a
Pipo solo, él estaba acostado, en ese momento no sabíamos explicarnos bien, sí
supimos que fue atendido por el Dr. Mario Acosta Sóñora (ya fallecido),
pediatra, pero sobre todo excelente médico y persona. Él decidió dejarlo
ingresado en casa, lo seguía y lo rehabilitaba.
Pasados
los años entendimos que sufrió una isquemia transitoria, aunque una mano no la
cerraba muy bien y veíamos cómo hacía sus ejercicios para recuperarse y lo
logró.
Este
recuento es solo un pretexto para comentar que en la esquina de la calle 25 de
Julio y Capdevila, colocaron (Salud Pública), una valla muy bien concebida que
pedía silencio por haber un enfermo en la cuadra, no recuerdo el escrito
textualmente. Eso hoy no se ve, a pesar de que contamos con un sistema de Salud
Pública muy bien estructurado con una atención primaria y sus consabidos
médicos y enfermeras de la familia, y hay muchos ingresos domiciliarios.
Mi
fallecida madre vivía en la calle Capdevila y sus últimos tiempos de vida
fueron infernales, en la esquina de su casa la tarima sanjuanera hacía de las suyas y como ella estaba demenciada se
tapaba los oídos porque no sabía qué estaba ocurriendo. Otras vecinas
enfrentaban situaciones similares, pero no las menciono por respeto a hacerlo
inconsultamente.
Con
el tiempo la ciudad ha ido cambiando y se embellece, eso es cierto, pero han
desaparecido los parqueos estatales y las pistas de baile, tan necesarios a mi
modo de ver.
Por
tradición popular algunas calles eran las escogidas para que el pueblo
disfrutara del San Juan camagüeyano, y en caso de alguna otra celebración
estaban las pistas para bailar.
De
mis vecinos actuales tengo pocas quejas y digo así porque no hay perfección en
ser humano alguno, pero vivo en un edificio que amo, en un piso que amo, y nos
respetamos entre vecinos; de hecho, estrenamos el apartamento con mi hijo de 10
meses y mi hija-sobri de seis años y ya él tiene 30 y ella 36 años.
Frente
al edificio tenemos la Sala Polivalente Rafael Fortún, sitio donde se realizan
eventos deportivos, hay gimnasio…, pero no causa molestias. Es normal que si
hay público este se emocione o se entristezca ante un triunfo o un revés, y
siempre en horarios adecuados.
Nos
queda cerca el cabaret Caribe con acústica bien lograda al parecer porque
tampoco molesta, frente a este queda el lateral de lo que fue el Tennis Club, luego la SEPMI, hasta
llamarse ahora Centro Cultural Recreativo Casino y aquí empezaron las
dificultades. Con “innovaciones” no apropiadas la recreación y la cultura se
fueron convirtiendo en bulla excesiva, frases inexplicables micrófono en mano,
dirigidas a los jóvenes asistentes y a todos los de los alrededores. Esto ha
mejorado un poco, esa es la realidad. ¡Y sépase es durante todo el año!
Más
adelante (2014) llegó la idea de colocar una tarima en la esquina del edificio
para celebrar el San Juan, algo que no tiene relación con la tradición porque
antiguamente ni esa era la estructura vial y hasta casas había. Quiere decir
que en esa semana, que descansábamos del Centro Recreativo… empeoró nuestra
desgracia, es como si tuviéramos dentro de nuestras habitaciones (los que
vivimos de ese lado) los equipos de música tan estridentes que hacen temblar
las ventanas de aluminio con un ruido que saca de quicio al más pinto de la
paloma y hasta las camas parecen tener electricidad. Ni hablar de la
imposibilidad de escuchar el televisor y si conversamos tiene que ser a gritos.
Cualquiera
puede decir: “ten paciencia, es solo unos días”. No, no es así, ahora cada vez
que se celebra algo este sitio es el elegido.
Nos pasamos el año esperando que de un momento a otro nos obliguen a “fiestar”. Las quejas han sido a
“pululu”, como diría Ruperto en Vivir del Cuento, incluso, en las reuniones de
la Circunscripción se creó una comisión liderada por el delegado y dos
integrantes más y nada ha sucedido, al menos que yo sepa.
Igual
me dirán: “Quéjate”. También lo hice. Fui con mi colega Eduardo Labrada al
Citma, allí nos comunicaron que nada tenían que ver con el asunto, algo extraño
porque luego vemos encuentros entre sus especialistas que abordan la
contaminación sónica, uno de los grandes problemas en la sociedad moderna a
escala mundial, pero algo debe hacerse en su contra. ¡Ah, aclaro que no padezco
de misofonía!
Me
dirigí al departamento de Salud Pública involucrado en el asunto y me trataron
muy bien, dijeron tener varias quejas sobre el asunto, pero no cuentan con un
aparato para medir los decibeles, algo que creo ni hace falta, los oídos no
fallan, y también sé que aplicaciones en celulares realizan esa función.
Este
es un país que ha defendido la cultura, la educación, la decencia y el amor
entre las personas, es por eso que no logro entender la razón de desoír a
otros.
Mi
colega Oviel dijo en su escrito y cito: “…debo
revelar, con indescriptible dolor, que la fecha previa a la partida de mi
querido padre, quien yacía en agonizante cama, viví la paradoja de verme
obligado a escuchar a todo volumen un largo concierto de Bad Bunny y otros
«intérpretes» afines, salido de un bafle móvil instalado por los parientes de
unos vecinos. . Esa imagen del sufrimiento de ambos, acelerado por los
decibeles, nunca podré borrarla de mi memoria”.
Y
yo me sumo a esa imposibilidad de olvidar el sufrimiento que me causaba el
estado de mi madre y cuánto más sufría ella ante tanto escándalo, pero no de
vecinos sino de San Juan; tampoco puedo desprenderme de esa angustia que me
causan los pocos días que faltan para celebrar el éxito de los peloteros
camagüeyanos y que por primera vez en mi vida me ha hecho ver más de un juego
completo por la televisión, porque igual estoy feliz por sus triunfos. Es
porque esa celebración será en la tarima casi dentro de mi edificio. Migraña
mía aparte, en mi edificio residen personas más ancianas que yo.
Tampoco
borro de mi memoria cuánto respeto y consideración hubo hacia mi padre en aquel
1961 cuando yo apenas tenía siete años. ¡Hace tantos y no olvido!
Ojalá
antes de irme de este mundo pueda disfrutar, al menos, de una respuesta
convincente y que no sea solo la frase manida: “Es la mejor área”, ¿la mejor
para quién?, para quienes beben, bailan y se van a sus casas a dormir con
tranquilidad. Seamos más solidarios entre nos, querámonos más, respetémonos
más.
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